domingo, 21 de noviembre de 2010 | By: FiloPride

Estructuras Medievales

El Decamerón de Boccaccio es una colección de cien relatos que se desarrollan en un
marco concreto: siete mujeres y tres hombres, huyendo de la peste que brotó en Florencia
hacia 1348, deciden refugiarse en una casa a las afueras de la ciudad hasta que pase el peligro de la epidemia. Con el fin de entretenerse y huir de la melancolía, estos jóvenes cultivados juegan a relatar cuentos durante cada uno de los días que pasen allí encerrados, exceptuando los propios de precepto religioso. La técnica narrativa, en marco, utilizada por Boccaccio para su colección de cuentos, procede seguramente de la narrativa oriental (Mil y una Noches) y es utilizada, por ejemplo, en España, por Don Juan Manuel para englobar los diferentes ejemplos de su Libro del Conde Lucanor. Don Juan Manuel concluye, de manera similar, cada relato con una máxima puesta en boca del propio Don Juan Manuel.


“Ya en la cima de los más altos montes, el domingo por la mañana, aparecían los rayos
de la naciente luz, y disipadas todas las sombras, las cosas se distinguían
manifiestamente, cuando levantándose la reina con su compañía, después que hubieron
comido con alegría y fiesta, cantaron y bailaron un poco; y después, autorizados por la
reina, quien quiso pudo irse a descansar. Pero una vez que el sol había traspasado ya el
círculo del mediodía, como la reina quiso, sentándose todos junto a una bonita fuente
para el acostumbrado relatar, por orden de la reina, Neifile así comenzó:
"GULFARDO TOMA DINERO PRESTADO A GUASPARRUOLO Y, COMO HABÍA
ACORDADO CON LA ESPOSA DE ÉSTE QUE SE IBA A ACOSTAR CON ELLA, SE LO
DA A ELLA COMO SI FUESE ÉSE, Y LUEGO EN PRESENCIA DE ELLA LE DICE A
GUASPARRUOLO QUE SE LO HA DADO A ELLA,Y ELLA DICE QUE ES VERDAD"
Si Dios ha dispuesto así que yo deba dar comienzo a la siguiente jornada con mi
relato, pues ello me place. Y, por esto, amorosas señoras, como quiera que se ha hablado
mucho que las burlas de las mujeres han hecho a los hombres, quiero contaros una
hecha por un hombre a una mujer, no porque pretenda reprobar con ella lo que hizo el
hombre o decir que no le estuviese bien empleado a la mujer, sino para alabar al hombre
y reprobarla a ella y para demostrar que también los hombres saben burlarse de quien
confía en ellos, como se burlan de ellos quienes son dignos de su confianza. Pero sucede
que, si se quisiese hablar con más propiedad, lo que voy a decir no se llamaría burla,
sino que se diría algo merecido; pues, como quiera que debe ser muy honesta, y
conservar su castidad como a su vida y no llegar por ninguna razón a empeñarla (y como,
no obstante, esto no se logra plenamente como se debería, por nuestra fragilidad) afirmo
que aquella que llega a ello por dinero es digna de la hoguera; porque quien llega por
amor, conociendo sus fuerzas extraordinarias, se merece el perdón de un juez no
demasiado severo, como hace pocos días lo mostró Filóstrato que le había sucedido a
doña Filippa en Prato. Hubo pues una vez en Milán un alemán a sueldo con aquellos a cuyo servicio
entraba, lo que pocas veces suele ocurrir a los alemanes y como en los préstamos de
dinero que se le hacían era muy fiel pagador, habría encontrado muchos mercaderes que
le habrían prestado cualquier cantidad de dinero por poco interés. Viviendo en Milán,
depositó éste su amor en una señora muy bella llamada doña Ambruogia, esposa de un
rico mercader que tenía por nombre Guasparruol Cagastraccio, que era muy amigo y
conocido suyo; y amándola muy discretamente, sin que ni el marido ni nadie lo
advirtiesen, un día solicitó hablarle, rogándole que quisiese acceder a ser cortés con su
amor, y que él estaba, por su parte, dispuesto a hacer lo que ella le ordenase. La señora,
después de muchas historias, llegó a concluir que estaba dispuesta a hacer lo que
Gulfardo quisiese con las dos condiciones siguientes: la una, que jamás se lo desvelase a
nadie, la otra que, como sucedía que ella tenía necesidad de doscientos florines de oro
para un asunto suyo, quería que él, que era un hombre rico, se lo diese, y en lo sucesivo
estaría siempre a su servicio. Gulfardo, al oír la codicia de ella, indignado por la vileza de quien él creía que era una gran señora, convirtió casi en odio su ferviente amor y pensó que debía burlarse de ella; y le mandó a decir que le complacía sumamente tanto eso como cualquier otra cosa que él pudiese; y por ello, que le mandase a decir cuándo quería que fuese a verla, que se lo llevaría, y que jamás nadie sabría nada de eso, salvo un compañero suyo del que confiaba mucho y que iba siempre a acompañarlo en lo que decía. La señora, o más bien la mala mujer, al oír esto se puso contenta, y le mandó a decir que Guasparruolo, su
marido, de ahí a pocos días debía ir por asuntos suyos a Génova, y que entonces ella se lo haría saber y mandaría por él. Gualfardo, cuando le pareció el momento, se fue a Guasparruolo y así le dijo:

- Estoy a punto de hacer un negocio para el que necesito doscientos florines de oro, que
quiero que me los prestes con el interés con el que sueles prestarme otros.
Guasparruolo dijo que estaba de acuerdo y le contó el dinero de inmediato.
De ahí a pocos días, Guasparruolo se fue a Génova, como la señora le había
dicho; por lo que ésta mandó a Gulfardo que fuese a verla y llevase los doscientos florines
de oro. Gulfardo, llevando a su compañero, se fue a casa de la señora; y la encontraba
esperándole, lo primero que hizo fue ponerle en sus manos los doscientos florines de oro,
en presencia de su compañero, que así le dijo: - Mi señora, tomad este dinero y dádselo a
vuestro marido cuando regrese. La señora lo tomó y no entendió por qué Gulfardo dijese aquello, pero creyó que lo hiciese para que su compañero no advirtiese que él se lo daba a ella como pago; por lo que dijo: - Lo haré de buena gana, pero quiero ver cuánto es.
Y echándolo sobre una mesa y viendo que eran doscientos, poniéndose muy
contenta, volvió a guardarlos. Y regresó con Gulfardo y llevándolo a su alcoba lo satisfizo
con su cuerpo no sólo aquella noche, sino otras muchas antes de que su marido volviese
de Génova. Al volver Guasparruolo de Génova, de inmediato Gulfardo, asegurándose de que
estaba con su esposa, fue a verle, y en presencia de ella dijo:
- Guasparruolo, el dinero, o sea los doscientos florines de oro que el otro día me
prestaste, no los necesité porque no pude cerrar el trato para que el que los tomé; y por
ello se los traje enseguida a tu esposa y se los di, y por tanto cancélame la deuda.
Guasparruolo, vuelto a su esposa, le preguntó si los había recibido, y ella, que
tenía allí al testigo, no supo negarlo, sino que le dijo: - Desde luego que sí los recibí, pero
no me había acordado aún de decírtelo.
Dijo entonces Guasparruolo: - Gulfardo, me parece bien; id con Dios que yo me
ocuparé de vuestra cuenta. Al marcharse Gulfardo y quedarse escarnecida la señora, le dio a su marido el
deshonesto precio de su maldad; y así, el sagaz amante gozó sin costo de su avara
señora.


CUENTO VIII. LO QUE SUCEDIÓ A UN HOMBRE AL QUE TUVIERON QUE LIMPIAR
EL HÍGADO.
“Una vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y díjole así:
-Patronio, sabed que, a pesar de que Dios me ha hecho en varias cosas mucha
merced, en este momento me hallo necesitado de dinero. Aunque el hacerlo me resulta
tan penoso como la muerte, creo que voy a tener que vender una de las fincas a que
tengo más cariño o hacer otra cosa que me duela tanto como esto. Sólo haciéndolo
saldré del agobio y apretura en que estoy. Pues precisamente cuando he de hacer lo que
tanto me cuesta, vienen a mí gentes que yo sé que no lo necesitan a pedirme dinero. Por
la confianza que tengo en el entendimiento que Dios os ha dado, os ruego me digáis lo
que creéis que yo debo hacer.
-Señor Conde Lucanor - dijo Patronio -, me parece que os pasa con esa gente lo
que pasó a un hombre muy enfermo.
El conde le preguntó qué le había pasado.
-Señor conde - dijo Patronio-, había un hombre muy enfermo, al cual le dijeron los
médicos que no podía curarse si no le hacían una abertura por el costado y le sacaban el
hígado para lavárselo con medicinas que lo dejarían libre de las cosas que lo habían
dañado. Cuando le estaban operando y tenía el cirujano su hígado en la mano, un hombre
que estaba a su lado empezó a decirle que le diera un pedazo de aquel hígado para su
gato.
Vos, señor Conde Lucanor, si queréis perjudicaros por dar dinero a quien sabéis
no lo necesita, lo podéis hacer, pero nunca lo haréis por consejo mío.
Al conde le agradó mucho lo que Patronio le dijo y se guardó de hacerlo en
adelante y le fue muy bien. Como don Juan vio que este cuento era bueno, lo mandó
escribir en este libro e hizo unos versos que dicen así:
El no saber qué se debe dar
Daño a los hombres ha de reportar.
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"Cuento del Decamerón"

-MARCO DEL AUTOR
Corresponde a las palabras del Boccaccio: Título de la jornada y situación de los narradores
“Ya en la cima de los más altos montes, el domingo por la mañana, aparecían los rayos de la naciente luz, y disipadas todas las sombras, las cosas se distinguían manifiestamente, cuando levantándose la reina con su compañía, después que hubieron comido con alegría y fiesta, cantaron y bailaron un poco; y después, autorizados por la reina, quien quiso pudo irse a descansar. Pero una vez que el sol había traspasado ya el círculo del mediodía, como la reina quiso, sentándose todos junto a una bonita fuente para el acostumbrado relatar, por orden de la reina, Neifile así comenzó:


-MARCO DEL NARRADOR
Comienzo del cuento propiamente dicho. En este caso la narradora es
Neifile. Se expresa en primera persona para reflexionar sobre el cuento
que va a relatar y la enseñanza que quiere que de éste se extraiga.




-RELATO
(en tercera persona)
Comienza así: “Hubo una vez un alemán a sueldo..." y concluye con las siguientes palabras:
“Al marcharse Gulfardo y quedarse escarnecida la señora, le dio a su marido el deshonesto precio de su
maldad; y así, el sagaz amante gozó sin costo de su avara señora.”


"Cuento del Libro del Conde Lucanor"
Observa cómo la intención didáctica se expresa reiteradamente en cada una de las
partes. Todas ellas inciden en el mismo asunto. Éste es presentado en la parte de marco
cuando lo plantea el Conde Lucanor. Queda ejemplificado a través del cuento. Y se
concluye con el pareado final puesto en boca del propio autor. De este modo, el tema que
es presentado como un problema particular pasa a ser de validez universal en las
palabras finales del autor.

-MARCO DEL NARRADOR

Lucanor y Patronio conversan. El Conde pide un consejo a Patronio. Éste en vez de aconsejarle directamente, le cuenta un ejemplo. Se convierte así en el narrador del cuento propiamente dicho. El narrador de esta parte sería el propio Don Juan Manuel.


-MARCO DEL AUTOR
Don Juan Manuel se introduce en cada uno de los relatos, presentándose en tercera persona y concluyendo con una reflexión sobre el tema tratado en forma de pareado.








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